Ciudad de México, Julio de 2014
Entrega 1: Vilma y Andrea
En medio de la desgracia, la gente ríe y celebra la vida. Llegué buscando a la famosa Bestia, al tren de la muerte lleno de dolor y sufrimiento, actor estelar en películas como La Jaula de Oro. Lo que encontré fue un grupo de unos 20 centroamericanos sonrientes esperando el siguiente tren para continuar el camino a Estados Unidos.
Que se entienda. Sí es una tragedia de muerte y sufrimiento. “Lo peor que he visto –dice Wilson, uno de los activistas de solidaridad con los migrantes—es la señora que se cayó del tren con su bebé en los brazos.” El bebé cayó en las vías e iba a ser triturado por las ruedas de la Bestia. La mamá en la desesperación se arrojó a salvarlo y lo logró, pero el tren destruyó su mano derecha y un pie del bebé. Y como ésta, hay muchas historias horrendas.
Pero aquí el punto es que la tragedia no se traduce en derrumbe y desesperanza sino en resistencia, movimiento y lucha. El flujo ininterrumpido de migrantes continúa a veces como gotas de agua, a veces como torrente. Lo que quiero subrayar es la fuerza de un movimiento migratorio cuyos actores están lejos de ser víctimas pasivas. Son guerreros de la vida que comprenden el mundo que pisan, se organizan para enfrentar la explotación o exclusión a que son sometidos, y toman decisiones racionales, asumiendo los riesgos. La bestia no los mata. Andrea, una profesora universitaria y activista por los migrantes, nos explica que hace unos meses llegaron migrantes garífunas de la costa atlántica de Honduras que traían sus tambores, tocaban música y armaron la fiesta. Allí, al lado de las vías, entre un pasado sin futuro en Centroamérica y un futuro incierto y peligroso en Norteamérica, el dolor y el miedo se transformaron en baile y comunión, en un canto de esperanza donde a ritmo parejo participaban los migrantes y los activistas, unidos por la bestia.
Las noticias pueden ser engañosas al subrayar la bestia y minimizar el papel de los activistas. Las notas que he revisado en periódicos, videos y medios sociales no lo destacan: los migrantes en México no están solos. Y hay que preguntarlo: ¿llegarían a su destino sin los y las activistas? ¿Podrían cruzar un mar de policías, migras, delincuentes, racistas, maras e indiferentes sin la cadena delgada pero dura de apoyo y solidaridad? Son las casas para migrantes, las señoras anónimas empacando comida para darles en el camino, los jóvenes dedicados que les dan albergue, los académicos, sacerdotes y abogados que les dan cobertura, los defienden en la corte y enfrentan a las bandas de policías-delincuentes.
Parece invisible, al menos en muchos medios, pero esta cadena de solidaridad existe y es eficaz. Como el Colectivo Ustedes Somos Nosotros. “Somos una Organización de la Sociedad Civil enfocada a la promoción y defensa de los derechos humanos de las personas migrantes en México.” (Ustedes somos nosotros.wix.com). Andrea colabora con ellos; vamos platicando mientras maneja el mini auto de su mamá repleto de ropa hacia el cruce de vías en un lugar remoto entre Huehuetoca y Tequixquiac, Estado de México. Andrea es profesora de la UNAM con maestría, doctorado y postdoctorado, pero que aun batalla para encontrar un empleo digno de su calificación. O, al igual que muchos otros como ella, para ganarse la vida sin sobresaltos económicos. La clase que imparte es sobre movimientos de migrantes en América Latina. Ya desearía cursarla.
Andrea participó en la caravana “Peregrinación migrante por el diálogo,” es decir, un esfuerzo de los activistas para acompañar a los migrantes en su recorrido por México y así protegerlos de los maras, tratar de ahuyentar a los policías corruptos, y dar una cara “respetable” a los ojos de los oficiales de la Migra mexicana que hostigan a los “ilegales”. De pronto, acabando de pasar los Indios Verdes, suena el teléfono y empieza una conversación de más de media hora entre Andrea y Vilma, una migrante hondureña que venía en esa caravana y que después de recorrer el sur y centro de México se encuentra en un albergue en Monterrey. Vilma tiene dos hijas que por teléfono saludan afables a Andrea y le prometen que se van a portar bien. No pueden salir a la calle pues la policía y las mafias de delincuentes están al acecho para atraparlos o secuestrarlos. Se trata de una conversación llena de tecnicismos sobre las mejores opciones para que Vilma, sus hijos y sus amigas puedan llegar a los Estados Unidos, entregarse a las autoridades migratorias y pedir asilo migratorio. Vilma encarna una vida de abuso, hostigamiento y violencia de género, pero lo que se escucha por el teléfono es la voz de una mujer decidida, fortalecida y dispuesta a lo que sea para salir adelante. Me quedo reflexionando y preguntándome: ¿Y cómo pudo viajar con dos niños menores de 12 años, caminando por días, o trepada en el techo de un tren de carga sin barandales de los cuales fuera posible detenerse y no caer?
Las historias con Vilma son extraordinarias. ¿Por qué está parada en Monterrey?, le pregunto a Andrea. Parece que ya casi llega a la frontera, ¿por qué no se lanza al último tramo de su viaje? "Es que los 200 kilómetros que la separan de Estados Unidos son tierra sembrada de delincuentes sin misericordia", explica Andrea. "Son unos hijos de la chingada, pero, sobre todo, son una empresa: para cruzar ese trayecto necesitas pagar al coyote. Es decir, ahora necesitas un coyote no sólo para ingresar a Estados Unidos sino otro para pasar por México. El coyote-delincuente “mexicano” te vende una “clave.” Con esa clave (es decir, un número) ya puedes viajar. Si en el camino tu autobús es detenido por otros delincuentes, nomás les dices la clave y te dejan pasar, porque ya pagaste. El problema es que la clave vale al menos $5,000 dólares y Vilma no la puede pagar. Pero si la pagas quedas protegido hasta la frontera." ¿Y qué pasa si el autobús es detenido no por delincuentes sino por un retén de la migra (policía migratoria) mexicana? "No hay problema: nomás les das la “clave” y también te dejan pasar. Me quedo con la boca abierta mientras me imagino cómo funciona ese negocio de las claves, cómo se reparten los miles de dólares entre maras, policías, migras y ejército, y cómo le hacen para corroborar que la clave es legítima."
Otra historia de Vilma muestra la compleja relación con la policía migratoria mexicana. Pregunto a Andrea si nunca agarraron a Vilma en México. "Sí", contesta. "La agarraron con sus hijos y con dos amigas que también tenían hijos. Iban en un autobús que la migra mexicana detuvo en un retén en la carretera. Las bajaron del autobús y las llevaron al puesto migratorio. La migra es muy hábil para detectar quién en el autobús es centroamericano y quién no", comenta Andrea. "Entonces los niños comenzaron a protestar": “Tengo hambre.” “Tengo frío.” “Quiero jugar.” “Quiero pollo.” “Quiero ir al baño.” “Ya me cansé.” Etcétera, etcétera. "Después de un rato, cansados de los niños, los migras preguntaron a las mamás si todavía tenían su boleto del autobús" “Sí, claro.” Bueno, dijeron, y al llegar el siguiente autobús al retén, subieron a mamás con sus hijos “chillones” y las dejaron ir". El intento de parar a las migrantes se estrelló contra la vitalidad infantil.
"Tenemos que trabajar con la migra", dice Andrea, "porque a veces podemos hacer que funcione", y explica: "una vez estábamos en una reunión del Colectivo cuando nos hablaron por teléfono dos mujeres migrantes que conocíamos. Nos dijeron que unos delincuentes habían secuestrado a sus amigos; es que no habían pagado la clave y ahora estaban atrapados, y si no pagaban los iban a matar. Los amigos traían celular y los delincuentes les dejaron usarlo para que se comunicaran con sus familiares y pedir el pago por su rescate. El Colectivo habló con ellos y luego con la oficina central de la policía migratoria. El gobierno organizó un operativo policiaco, liberó a más de 100 migrantes secuestrados y capturó a los delincuentes. Cuando los activistas están mirando, la policía se pone nerviosa, y si no puede esconderse o reprimir a los activistas, a veces tiene que hacer su labor, a pesar de ellos mismos. Y eso es lo que ocurrió en esa ocasión".
"Y también tenemos que trabajar con la migra de Estados Unidos", continúa Andrea, "y el mismo principio opera: si los activistas presionan, a veces funciona. Una vez nos llamaron unos migrantes y nos dijeron que sus parientes estaban perdidos en un desierto en Arizona. Afortunadamente traían celular con batería y crédito y había señal. El colectivo habló con los migrantes:" "¿Qué pasó?" "Es que ya no podíamos caminar; estábamos muy cansados y los coyotes nos abandonaron". "¿Dónde están?" "En el desierto; hay una montaña grande adelante y se ven unas lucecitas a lo lejos y unos arbolitos por aquí cerca". ¡Uf! ¿Cómo encontrarlos? El Colectivo llamó a la migra de Estados Unidos después de encontrar el número en internet. Como era el cuatro de julio, día de la independencia, costó mucho trabajo que alguien contestara pero finalmente lo lograron. “Somos el colectivo Ustedes somos nosotros y queremos reportar unos migrantes perdidos en el desierto…”, etcétera."Pero con esos datos", contestó la migra fastidiada, "no podemos hacer nada: el desierto de Arizona tiene cientos de millas cuadradas y pueden estar en cualquier lugar". El teléfono celular que traían los migrantes era de los antiguos y básicos, tipo Telcel Samsung que no cuentan con GPS y por tanto no pueden rastrearse. Y los migrantes perdidos no traían cerillos para hacer aunque fuera un pequeño fuego. "Bueno", dijeron los de la Migra, después de hablar directamente con los migrantes perdidos, "vamos a enviar un helicóptero; si lo escuchan, que traten de hacer luz con los celulares". En esa ocasión el operático funcionó y los encontraron. “Ya llegaron” decían por teléfono los migrantes felices de que les salvaran la vida. El Colectivo radicado en la Ciudad de México escuchaba sus voces así como las aspas del helicóptero.
Los migrantes viajan con muy poco dinero y muchos no pueden pagar los costosos gastos de “protección.” No sólo hay que pagar coyotes; también hay que pagar otros “servicios.” Por ejemplo, al llegar a la frontera de Tamaulipas, México, con Texas, Estados Unidos, posiblemente la migra mexicana pida únicamente $100 dólares para poder pasar el puente y así entrar a entregarse y pedir asilo al gobierno de Estados Unidos.
El trabajo del activista va de la ayuda individual a las políticas generales. La propuesta que tiene para el gobierno mexicano es que los migrantes que entran al país rumbo a Estados Unidos reciban un permiso de tráfico, un pase o salvoconducto que, aunque no les permita quedarse en México, si les deje cruzar el país. "En verdad", dice Andrea, "no quieren quedarse en México. Su objetivo es llegar a los Estados Unidos. El problema, obviamente, es que el gobierno de Estados Unidos presiona para que no los dejen pasar".
Pero la plática se interrumpe. Hemos llegado a Zumpango donde Adrian y Wilson nos esperan…
Entrega 1: Vilma y Andrea
En medio de la desgracia, la gente ríe y celebra la vida. Llegué buscando a la famosa Bestia, al tren de la muerte lleno de dolor y sufrimiento, actor estelar en películas como La Jaula de Oro. Lo que encontré fue un grupo de unos 20 centroamericanos sonrientes esperando el siguiente tren para continuar el camino a Estados Unidos.
Que se entienda. Sí es una tragedia de muerte y sufrimiento. “Lo peor que he visto –dice Wilson, uno de los activistas de solidaridad con los migrantes—es la señora que se cayó del tren con su bebé en los brazos.” El bebé cayó en las vías e iba a ser triturado por las ruedas de la Bestia. La mamá en la desesperación se arrojó a salvarlo y lo logró, pero el tren destruyó su mano derecha y un pie del bebé. Y como ésta, hay muchas historias horrendas.
Pero aquí el punto es que la tragedia no se traduce en derrumbe y desesperanza sino en resistencia, movimiento y lucha. El flujo ininterrumpido de migrantes continúa a veces como gotas de agua, a veces como torrente. Lo que quiero subrayar es la fuerza de un movimiento migratorio cuyos actores están lejos de ser víctimas pasivas. Son guerreros de la vida que comprenden el mundo que pisan, se organizan para enfrentar la explotación o exclusión a que son sometidos, y toman decisiones racionales, asumiendo los riesgos. La bestia no los mata. Andrea, una profesora universitaria y activista por los migrantes, nos explica que hace unos meses llegaron migrantes garífunas de la costa atlántica de Honduras que traían sus tambores, tocaban música y armaron la fiesta. Allí, al lado de las vías, entre un pasado sin futuro en Centroamérica y un futuro incierto y peligroso en Norteamérica, el dolor y el miedo se transformaron en baile y comunión, en un canto de esperanza donde a ritmo parejo participaban los migrantes y los activistas, unidos por la bestia.
“La Bestia”—Foto del Colectivo Ustedes somos nosotros |
Las noticias pueden ser engañosas al subrayar la bestia y minimizar el papel de los activistas. Las notas que he revisado en periódicos, videos y medios sociales no lo destacan: los migrantes en México no están solos. Y hay que preguntarlo: ¿llegarían a su destino sin los y las activistas? ¿Podrían cruzar un mar de policías, migras, delincuentes, racistas, maras e indiferentes sin la cadena delgada pero dura de apoyo y solidaridad? Son las casas para migrantes, las señoras anónimas empacando comida para darles en el camino, los jóvenes dedicados que les dan albergue, los académicos, sacerdotes y abogados que les dan cobertura, los defienden en la corte y enfrentan a las bandas de policías-delincuentes.
Parece invisible, al menos en muchos medios, pero esta cadena de solidaridad existe y es eficaz. Como el Colectivo Ustedes Somos Nosotros. “Somos una Organización de la Sociedad Civil enfocada a la promoción y defensa de los derechos humanos de las personas migrantes en México.” (Ustedes somos nosotros.wix.com). Andrea colabora con ellos; vamos platicando mientras maneja el mini auto de su mamá repleto de ropa hacia el cruce de vías en un lugar remoto entre Huehuetoca y Tequixquiac, Estado de México. Andrea es profesora de la UNAM con maestría, doctorado y postdoctorado, pero que aun batalla para encontrar un empleo digno de su calificación. O, al igual que muchos otros como ella, para ganarse la vida sin sobresaltos económicos. La clase que imparte es sobre movimientos de migrantes en América Latina. Ya desearía cursarla.
Andrea participó en la caravana “Peregrinación migrante por el diálogo,” es decir, un esfuerzo de los activistas para acompañar a los migrantes en su recorrido por México y así protegerlos de los maras, tratar de ahuyentar a los policías corruptos, y dar una cara “respetable” a los ojos de los oficiales de la Migra mexicana que hostigan a los “ilegales”. De pronto, acabando de pasar los Indios Verdes, suena el teléfono y empieza una conversación de más de media hora entre Andrea y Vilma, una migrante hondureña que venía en esa caravana y que después de recorrer el sur y centro de México se encuentra en un albergue en Monterrey. Vilma tiene dos hijas que por teléfono saludan afables a Andrea y le prometen que se van a portar bien. No pueden salir a la calle pues la policía y las mafias de delincuentes están al acecho para atraparlos o secuestrarlos. Se trata de una conversación llena de tecnicismos sobre las mejores opciones para que Vilma, sus hijos y sus amigas puedan llegar a los Estados Unidos, entregarse a las autoridades migratorias y pedir asilo migratorio. Vilma encarna una vida de abuso, hostigamiento y violencia de género, pero lo que se escucha por el teléfono es la voz de una mujer decidida, fortalecida y dispuesta a lo que sea para salir adelante. Me quedo reflexionando y preguntándome: ¿Y cómo pudo viajar con dos niños menores de 12 años, caminando por días, o trepada en el techo de un tren de carga sin barandales de los cuales fuera posible detenerse y no caer?
Encabezado del portal Ustedes somos nosotros.wix.com) |
Las historias con Vilma son extraordinarias. ¿Por qué está parada en Monterrey?, le pregunto a Andrea. Parece que ya casi llega a la frontera, ¿por qué no se lanza al último tramo de su viaje? "Es que los 200 kilómetros que la separan de Estados Unidos son tierra sembrada de delincuentes sin misericordia", explica Andrea. "Son unos hijos de la chingada, pero, sobre todo, son una empresa: para cruzar ese trayecto necesitas pagar al coyote. Es decir, ahora necesitas un coyote no sólo para ingresar a Estados Unidos sino otro para pasar por México. El coyote-delincuente “mexicano” te vende una “clave.” Con esa clave (es decir, un número) ya puedes viajar. Si en el camino tu autobús es detenido por otros delincuentes, nomás les dices la clave y te dejan pasar, porque ya pagaste. El problema es que la clave vale al menos $5,000 dólares y Vilma no la puede pagar. Pero si la pagas quedas protegido hasta la frontera." ¿Y qué pasa si el autobús es detenido no por delincuentes sino por un retén de la migra (policía migratoria) mexicana? "No hay problema: nomás les das la “clave” y también te dejan pasar. Me quedo con la boca abierta mientras me imagino cómo funciona ese negocio de las claves, cómo se reparten los miles de dólares entre maras, policías, migras y ejército, y cómo le hacen para corroborar que la clave es legítima."
Otra historia de Vilma muestra la compleja relación con la policía migratoria mexicana. Pregunto a Andrea si nunca agarraron a Vilma en México. "Sí", contesta. "La agarraron con sus hijos y con dos amigas que también tenían hijos. Iban en un autobús que la migra mexicana detuvo en un retén en la carretera. Las bajaron del autobús y las llevaron al puesto migratorio. La migra es muy hábil para detectar quién en el autobús es centroamericano y quién no", comenta Andrea. "Entonces los niños comenzaron a protestar": “Tengo hambre.” “Tengo frío.” “Quiero jugar.” “Quiero pollo.” “Quiero ir al baño.” “Ya me cansé.” Etcétera, etcétera. "Después de un rato, cansados de los niños, los migras preguntaron a las mamás si todavía tenían su boleto del autobús" “Sí, claro.” Bueno, dijeron, y al llegar el siguiente autobús al retén, subieron a mamás con sus hijos “chillones” y las dejaron ir". El intento de parar a las migrantes se estrelló contra la vitalidad infantil.
"Tenemos que trabajar con la migra", dice Andrea, "porque a veces podemos hacer que funcione", y explica: "una vez estábamos en una reunión del Colectivo cuando nos hablaron por teléfono dos mujeres migrantes que conocíamos. Nos dijeron que unos delincuentes habían secuestrado a sus amigos; es que no habían pagado la clave y ahora estaban atrapados, y si no pagaban los iban a matar. Los amigos traían celular y los delincuentes les dejaron usarlo para que se comunicaran con sus familiares y pedir el pago por su rescate. El Colectivo habló con ellos y luego con la oficina central de la policía migratoria. El gobierno organizó un operativo policiaco, liberó a más de 100 migrantes secuestrados y capturó a los delincuentes. Cuando los activistas están mirando, la policía se pone nerviosa, y si no puede esconderse o reprimir a los activistas, a veces tiene que hacer su labor, a pesar de ellos mismos. Y eso es lo que ocurrió en esa ocasión".
"Y también tenemos que trabajar con la migra de Estados Unidos", continúa Andrea, "y el mismo principio opera: si los activistas presionan, a veces funciona. Una vez nos llamaron unos migrantes y nos dijeron que sus parientes estaban perdidos en un desierto en Arizona. Afortunadamente traían celular con batería y crédito y había señal. El colectivo habló con los migrantes:" "¿Qué pasó?" "Es que ya no podíamos caminar; estábamos muy cansados y los coyotes nos abandonaron". "¿Dónde están?" "En el desierto; hay una montaña grande adelante y se ven unas lucecitas a lo lejos y unos arbolitos por aquí cerca". ¡Uf! ¿Cómo encontrarlos? El Colectivo llamó a la migra de Estados Unidos después de encontrar el número en internet. Como era el cuatro de julio, día de la independencia, costó mucho trabajo que alguien contestara pero finalmente lo lograron. “Somos el colectivo Ustedes somos nosotros y queremos reportar unos migrantes perdidos en el desierto…”, etcétera."Pero con esos datos", contestó la migra fastidiada, "no podemos hacer nada: el desierto de Arizona tiene cientos de millas cuadradas y pueden estar en cualquier lugar". El teléfono celular que traían los migrantes era de los antiguos y básicos, tipo Telcel Samsung que no cuentan con GPS y por tanto no pueden rastrearse. Y los migrantes perdidos no traían cerillos para hacer aunque fuera un pequeño fuego. "Bueno", dijeron los de la Migra, después de hablar directamente con los migrantes perdidos, "vamos a enviar un helicóptero; si lo escuchan, que traten de hacer luz con los celulares". En esa ocasión el operático funcionó y los encontraron. “Ya llegaron” decían por teléfono los migrantes felices de que les salvaran la vida. El Colectivo radicado en la Ciudad de México escuchaba sus voces así como las aspas del helicóptero.
Los migrantes viajan con muy poco dinero y muchos no pueden pagar los costosos gastos de “protección.” No sólo hay que pagar coyotes; también hay que pagar otros “servicios.” Por ejemplo, al llegar a la frontera de Tamaulipas, México, con Texas, Estados Unidos, posiblemente la migra mexicana pida únicamente $100 dólares para poder pasar el puente y así entrar a entregarse y pedir asilo al gobierno de Estados Unidos.
El trabajo del activista va de la ayuda individual a las políticas generales. La propuesta que tiene para el gobierno mexicano es que los migrantes que entran al país rumbo a Estados Unidos reciban un permiso de tráfico, un pase o salvoconducto que, aunque no les permita quedarse en México, si les deje cruzar el país. "En verdad", dice Andrea, "no quieren quedarse en México. Su objetivo es llegar a los Estados Unidos. El problema, obviamente, es que el gobierno de Estados Unidos presiona para que no los dejen pasar".
Pero la plática se interrumpe. Hemos llegado a Zumpango donde Adrian y Wilson nos esperan…