Crimen organizado y contrainsurgencia: Comentarios sobre el Cartel Chamula

Guardia Nacional contra migrantes en Chiapas. Sopitas, 2020 (Foto de Periódico Reforma)


1. Es importante considerar de inicio una distinción entre “organizaciones criminales” y “crimen organizado”. “Ambos hacen referencia a un grupo de personas que, buscando alcanzar sus objetivos (que pueden ser riqueza, poder, etcétera), se organizan para realizar acciones que van en contra de la legislación existente. La diferencia central entre crimen organizado y grupo criminal, es que en el primero existen personas con los vínculos necesarios para evitar ser perseguidos por los delitos que cometen o evitar la pena o castigo de los mismos, y el grupo criminal no tiene estos vínculos.” (ONU, Convención de Palermo, 2000- Wikipedia ”Delincuencia organizada”).

 Cuando discutimos ¿por qué surge el Cartel Chamula estamos discutiendo sobre la naturaleza del crimen organizado, o mejor dicho, el crimen “políticamente” organizado. 


2. También de inicio es crucial recordar que la formación de las grandes empresas que constituyen el llamado crimen organizado que asfixia y desagarra el tejido social en México es un fenómeno que ocurre a nivel mundial. Sobre todo en los países del sur o en las regiones periféricas del capitalismo la globalización neoliberal ha provocado un crecimiento exponencial de ambos, las organizaciones criminales y el crimen organizado. Su existencia omnipresente aparece no como falla, exceso o excrecencia sino como una característica central, conspicua, de la fase actual del capitalismo; una cabeza terrible de la hidra capitalista.

3. La fuerza e importancia de las empresas del crimen organizado derrama sus fronteras “criminales” abrazando el mundo de las empresas “no criminales”. Unas y otras se confunden, por eso las ponemos aquí entre comillas. El crimen se expande a ramas diversas de la acumulación del capital mientras que las empresas “no criminales” cada vez adoptan más formas de acumulación “criminal”. Ambas se alían y comparten ganancias. Esta es otra característica central del capitalismo neoliberal. (Pilar Calveiro. Resistir al neoliberalismo)

Así, como sabemos, ahora no es posible resistir contra proyectos extractivos o de despojo sin considerar que la empresa en cuestión, sea minera, turística, energética o médica, echará mano del crimen organizado para destruir cualquier resistencia efectiva a su despojo.         


4. En el caso de Chiapas es importante distinguir, por un lado, a los grupos paramilitares “históricos” fundados y patrocinados desde 1994 para destruir la resistencia y autonomía de pueblos y comunidades, y, por otro lado, la “novedosa” llegada de los carteles del crimen organizado incluyendo la instauración del fulminante Cartel Chamula. 

Esta distinción es cuidadosamente presentada por SupGaleano en “Chiapas al borde de la guerra civil” (septiembre 2021). Los primeros son instrumentos del gobierno estatal, por ejemplo la ORCAO. Los segundos entran en “alianza” con el gobierno estatal, quien así crea desestabilidad. Está “jugando con fuego”. 

“Sus alianzas con el narcotráfico provocan que las comunidades originarias se vean obligadas a formar grupos de autodefensa, porque el gobierno nada hace para preservar la vida, libertad y bienes de los pobladores. El gobierno de Chiapas no sólo solapa a las bandas de narcotraficantes, también alienta, promueve y financia a grupos paramilitares como los que atacan continuamente comunidades en Aldama y santa Martha.”

La diferencia entre paramilitares y narcos puede ser tenue, sin embargo, y hay que considerar que entre ellos se podría “llegar a acuerdos”. 


5. Es difícil entender la llegada, presencia, erupción y protagonismo del crimen organizado en Chiapas como una política directa de contrainsurgencia, en particular contra los caracoles zapatistas, aunque confrontar al EZLN parece inevitable dado que seguramente son los y las zapatistas el grupo que más fuerte y exitosamente puede obstaculizar su avance criminal. 

Más directamente, la llegada brutal del crimen organizado a Chiapas, o su erupción en estos momentos parece estar más ligado al tema de la migración. Esto no significa, sin embargo, decir que el crimen llegue con los y las migrantes en sí, o con la “gente peligrosa” que pueda haber entre ellos. (Versión propagada por el gobierno mexicano.) Por el contrario, el problema no son los y las migrantes sino las políticas que el poder aplica contra ellos.

De hecho, la migración de Centroamérica a México es todo menos nueva; existe hace mucho antes que esta reciente ola de violencia criminal. Hace muchos años existe toda una ruta migratoria que empieza en la frontera con Guatemala y se continua hasta la frontera México – Estados Unidos. Y en Chiapas, esta ruta se cruzaba sin problema; la frontera mexicana con Centroamérica no “estaba caliente”. 

Por ejemplo, al lado del puente fronterizo que cruza el Río Suchiate a Ciudad Hidalgo, al sur de Tapachula, ha habido desde hace mucho decenas de balsas que a diario cruzaban personas y mercancías desde el lado guatemalteco sin que ninguna policía fronteriza se inmutase. Por muchos años la mayor parte de las personas cruzaban de esta manera sin problema alguno, quizás usando más las balsas que el puente y la frontera “oficial”. Por mucho tiempo hubo economías y sociedades binacionales entre Guatemala y México sin fronteras y naturalizadas por la historia.

Los y las migrantes que cruzaban por cualquiera de los múltiples pasos fronterizos (hay diez oficiales, de acuerdo a Wikipedia “Frontera entre Guatemala y México”) entraban sin problema. La 72, por ejemplo, un refugio para personas migrantes ubicado en la frontera de Tabasco con Guatemala en Tenosique, orientaba a las personas migrantes de los sitios peligrosos donde podrían sufrir extorciones y secuestros. Estos se situaban más bien en los estados del norte de México, Tamaulipas en primer lugar; de hecho por eso su nombre de La 72. (Ver “La 72: Quebrando límites en los límites de la frontera”.)

Por muchos años los migrantes debían sortear infinidad de peligros, por ejemplo, en el llamado Tren de la muerte. Las acciones y ataques del crimen organizado ocurrían en otras regiones más allá de Chiapas. (“La bestia y la solidaridad”. 

Todo esto cambió en 2021 cuando, como interpretaron múltiples analistas, Peña Nieto primero y AMLO después se “doblaron” ante la exigencia imperial de Estado Unidos de que México detuviera la migración centroamericana en su frontera sur. 

México se volvió la frontera de Estados Unidos. La migra mexicana y la Guardia Nacional crecieron exponencialmente, se instalaron en Chiapas y cambiaron las reglas de convivencia. Los y las migrantes reaccionaron organizando caravanas para poder presionar con más fuerza su entrada a México y enfrentar el nuevo obstáculo que les impedía viajar a Estados Unidos. El gobierno mexicano se “puso firme” y la brutalidad policiaca contra los y las migrantes se volvió moneda corriente, como el crecimiento de retenes y cárceles migratorias. Las escenas de militares con uniforme de Guardia Nacional marchando por los caminos de Chiapas como centuriones con cascos y escudos y con el sonido de sus palos golpeando intimidatoriamente el pavimento antes de chocar con mujeres, niños, jóvenes y viejos de nacionalidades diversas para detenerles, disolver sus marchas y castigarles inundaron las redes sociales. (La Silla Rota, Marzo, 2021) En una palabra, los poderosos ilegalizaron la migración de Guatemala a México. Una vez más, como SupGaleano sugería en el texto “300”, el rostro de la migración se presentaba como una de las tres cabezas más insidiosas de la compleja crisis múltiple que achaca al capitalismo.     

Pero ilegalizar la migración en Chiapas no es lo mismo que detenerla; se trata simplemente de hacerla más difícil, costosa y peligrosa; en una palabra, de ilegalizarla. Y a hacerla ilegal es el llamado para que llegan los expertos en negocios ilegales, el crimen organizado. El paso de personas migrantes hacia el sur de México se volvía así un negocio floreciente, como lo había sido antes el coyotaje en la frontera con Estados Unidos. Se abrió en Chiapas una nueva veta para reproducir y ampliar” ilegalmente” el capital; todos los carteles importantes vuelan a Chiapas, desde el Nueva Generación hasta los Zetas buscando obtener tajada del nuevo mercado. Las jugosas ganancias del tráfico de migrantes dan lugar a la creación de nuevos carteles como el de San Juan Chamula. O como el Cartel de la Guardia Nacional, como dicen sarcásticos Ledezma y Cedillo. (Rompeviento, julio 2022)   

Y como bien sabemos, cuando el crimen organizado se instala y se posesiona, diversifica sus negocios en el territorio ocupado: drogas, extorción, robo, pornografía, tráfico sexual, secuestro, etc. Chiapas “al borde la guerra civil”. Y como decíamos al principio, el crimen organizado es en realidad “políticamente organizado”, es decir que no se instala sin contar con la complicidad plena de las autoridades locales y estatales  que, por las buenas o las malas, le entran al negocio. 


6. ¿Es el florecimiento de la criminalidad en general y del crimen organizado en lo particular una consecuencia “natural” del crecimiento del neoliberalismo y de la descomposición social que sus políticas egoístas sin fin provocan? ¿O el crimen organizado fue diseñado de algún modo como un remedo de Frankenstein con perversos e inconfesables intenciones de dominación de parte de alguno de los centros de poder imperiales del mundo? 

Ambas seguramente. Desde hace muchos años la criminología crítica ha repudiado las nociones de “desviación” con que los sistemas penales definen a los delincuentes. La impunidad, injusticia, miseria y desencanto son los padrinos que alimentan la propagación del crimen. Para muchos esto es, simplemente, sentido común. 

Pero autores como Pilar Calveiro también estudian el crimen “políticamente” organizado y denuncian que éste ha sido una creación más de la “defensa” de Estados Unidos. El Pentágono necesitaba un “enemigo” que justificara su dominación y su gigantesco “complejo militar industrial” después de que el histórico enemigo comunista se desinflara con el final de la guerra fría en los 1990s. Se decidió entonces que el terrorismo y la bandas de narcotráficos serían los nuevos enemigos, primero a promover y luego a dizque “vencer”. 

La historia reciente de México ilustra perfectamente la política de propiciar al crimen organizado. Casi al día siguiente de su atormentada ceremonia de inauguración presidencial, Felipe Calderón anunció su decisión de pegarle al avispero y desatar una guerra de locos, con la finalidad supuesta de acabar con los carteles, pero con el consabido resultado siniestro de ahogar a México en sangre. (Ver “Gobierno de Felipe Calderón”.)  

Significativamente, nadie en México saludó el anuncio de la aventura bélica de Calderón, ni siquiera el gran capital; en cambio, el aplauso decidido vino del norte: el Presidente George W. Bush no solo coreó la “Guerra contra los narcos” sino que además apoyó con una carretada de dólares firmados en el tristemente célebre “Plan Mérida” (originalmente llamado “Plan México” pero que cambio de nombre porque se parecía demasiado al macabro “Plan Colombia”.) 

Y también significativamente, Calderón inició la guerra contra los narcos unos meses después de 2006, aquel año de intensas movilizaciones de la APPO en Oaxaca, la Otra Campaña Zapatista, y la protesta postelectoral de AMLO en aquel entonces con el PRD.  

En suma, la guerra contra las drogas y su consiguiente proliferación de criminales, crimen organizado y suma de muertes y desapariciones bien puede entenderse como una política de contrainsurgencia, pero mucho más compleja, más global e insidiosa y mejor cubierta con una cortina de humo, de balazos y corridos de capos. En suma, mejor diseñada que la “vieja escuela” de formación de paramilitares que, como sabemos, han enfrenado la dignidad zapatista.

Y el momento le llegó al sureste. En efecto, Chiapas arde. 


7. Aun así, ni la pobreza, la descomposición, ilegalización ni criminalización dan razón completa del auge del crimen organizado, en su versión mexicana con narcos y corridos norteños. La criminología crítica incluso obscurece el fenómeno profundo que puede dar mejor cuenta de lo que ocurre. 

Raúl Zibechi pone el dedo en la llaga cuando discute que llamar fascismo a la extrema derecha latinoamericana puede confundir y despolitizar. (“Decir «fascismo» confunde y despolitiza”. Raúl Zibechi, Rebelión 2018.)

Zibechi apoya su argumento en un economista del Siglo 20 llamado Karl Polanyi quien encontró una conexión profunda entre el nazismo de los 1930s y las formas capitalistas de acumulación por despojo, como hoy las llama David Harvey. 

Este capitalismo, tan en boga con el llamado extraccionismo  y tan parecido a la llamada “acumulación originaria” denunciada por Marx, no sólo arranca a los campesinos de sus tierras forzándoles a la proletarización. También destruye “los cimientos materiales y espirituales de las sociedades”, todo aquello que permite la reproducción de la vida comunitaria. Este desgarramiento profundo del tejido social, un subproducto del capitalismo neoliberal, destruye mucho de aquello que dio sentido a la vida por siglos y crea un vacío material y cultural insoportable que deja a las personas del todo vulnerables ante todo tipo de ideologías híper individualistas, desencanto, desesperanza, rencor y de allí hay un paso a la criminalidad. Una especie de “crisis de valores” que las iglesias neo cristianas corren a tratar de llenar promoviendo valores neo comunitarios súper conservadores.

El neoliberalismo apadrina así a las organizaciones criminales y el crimen organizado. Es, por así decirlo, el capo mayor. Pero dada la brutalidad neoliberal lo que debe sorprender no es tanto el florecimiento del crimen organizado, sino más bien la resistencia que aún presentan personas, colectivos, comunidades y pueblos diversos. Aun en situaciones de pobreza extrema podemos encontrar madres y padres rifándosela en los cruceros limpiando vidrios y vendiendo mazapanes en vez de armarse con cuchillos o pistolas y atacar al primer transeúnte que se encuentren.  Está por investigarse la relación entre la resistencia a enrolarse en las bandas criminales y la persistencia de vínculos familiares y comunitarios que proporcionan a sus miembros, --a sus jóvenes tan inquietos en un futuro sin sosiego-- cierto sentido de la vida, ciertos “valores” que les mantienen a raya del crimen organizado. 


8. Balazos y no abrazos, predica AMLO como la alternativa de su gobierno. Con su tesonería clásica, el conductor de la 4T repudia con razón la violencia desataca por la “guerra contra el narco” orquestada por su antecesor Calderón. 

Pero la oferta alternativa -derivada de la criminología crítica- nos deja realmente en el vacío. En primer lugar porque “si uno observa los datos objetivos, los balazos están muy presentes y los abrazos no tanto”, como señala Alejandro Hope (El universal, 16 de mayo, 2022). 

Pero sobre todo porque su propuesta de becas y apoyos individuales ni resuelven la pobreza ni aciertan a recomponer el desgarrado tejido comunitario que está en la base del explosivo auge criminal. Disputarle las bases sociales al crimen organizado suena bien ciertamente, pero no con limosnas paternalistas. “Los 2 mil pesos que pueden entregarse mediante becas o apoyos son poco comparado con las ganancias y la inmediatez que ofrecen las industrias criminales en ciertas regiones”, explica Raúl Romero (La Jornada 17  de enero, 2022). Y aunque fuera el doble o triple el problema fundamental persistiría profundizándose: las dádivas pueden fortalecer ciertamente la relación entre un caudillo paternalista y grupos de personas beneficiadas en lo individual, atomizadas, pero profundizan al mismo tiempo el deterioro de los esfuerzos de organización colectiva y de construcción comunitaria. 

“Entendemos”, escribe SupGaleano, que existan personas “que crean que la mejor respuesta a los reclamos de “Nunca mais” -que se repiten en todos los rincones del planeta-, sean promesas y dinero, programas políticos y dinero, buenas intenciones y dinero, banderas y dinero, fanatismos y dinero.  Que sean fieles creyentes de que los problemas del mundo se reducen a la falta de dinero.” (“La Travesía por la Vida”, Enlace Zapatista junio del 2021).

Mejor buscar caminos desde abajo y a la izquierda sembrando autonomía y comunidad. Que los pueblos recuperen tierras arrebatadas y su capacidad productiva y reproductiva, que los y las trabajadoras tejan sus colectivos, que el movimiento urbano popular persiga el buen vivir, que la seguridad sea tarea de las comunidades mismas. Como dice Raúl Romero, “implementar una profunda reforma agraria para regresarle la tierra a quienes les ha sido arrebatada sería una buena salida, como también lo sería proteger y cuidar a las comunidades y colectividades que de manera autogestiva han impedido o echado de sus territorios a las corporaciones criminales”. 

En suma, enfrentar la pesadilla del capitalismo soñando y tejiendo otra perspectiva de progreso y civilización.