¿Qué hacer con el marxismo leninismo? Reflexiones sobre un nuevo paradigma

Estas son reflexiones de un activista sesentón que ha sido inspirado a lo largo de su vida rebelde sucesivamente por Marx, Mao, Freire, Foucault, la rebelión chicana de California, la rebeldía zapatista y Rosa Luxemburgo. Reflexiones desde trincheras diversas, desde la fábrica de Pascual (antes de ser cooperativa) y acompañando centros de lucha de trabajador@s de la maquila en Tijuana hasta las aulas de colegios revoltosos como CCH Oriente y San Diego City College. Reflexiones que buscan completar un circulo, o un arco desde el cual, aun con menos energía que antaño, disparar con mejor puntería.  


La crisis del marxismo leninismo

Para muchos activistas contemporáneos, el activismo en México -y quizás en todo el mundo- está en transición practicando un cambio de paradigma en su lucha contra la bestia capitalista y por un mundo donde quepan muchos mundos, donde quien manda, mande obedeciendo. En el centro de este cambio de paradigma está la revuelta zapatista, hoy asediada por una nueva forma de capitalismo tan brutal como siempre pero mucho más insidiosa. (Nota 1) 

Nota 1. Las comunidades mayas y zapatistas enfrentan en Chiapas una nueva ofensiva que es una especie de pinza que asecha por dos extremos. Por un lado confrontan las fuerzas militares y paramilitares asesinas ahora sincronizadas con bandas del crimen organizado encargadas ahora de hacer el trabajo más sucio en la primera línea de fuego. Por otro lado, los megaproyectos capitalistas arrasan con la naturaleza y las comunidades enmascaradas de un progresismo bonachón que anhela el progreso, bienestar y soberanía del país. Acompañados de múltiples “programas sociales” verdaderamente contrainsurgentes, los progresistas avanzan de la mano de los viejos caciques y latifundistas chiapanecos dejando la clásica estela de corrupción, explotación, despojo, miseria, drogadicción y feminicidios que acompañan sin remedio sus proyectos.  

El paradigma tradicional hoy en crisis que nos fue heredado por la 3a Internacional (la Comintern) fue bautizada como “marxismo leninismo”. Esta teoría no es necesariamente la de Marx ni la de Lenin, de un modo similar a como los cristianismos de hoy no son necesariamente lo que Jesús el Nazareno predicaba. Como sabemos, Marx afirmó que él no era marxista y Lenin puso objeciones al uso del vocablo leninismo. El concepto combinado  “marxismo leninismo” fue acuñado en tiempos de Stalin y promovido por todo el mundo entre otras vías a través del Comintern y la Academia de Ciencias de la URSS. Aunque el marxismo leninismo recoja muchas ideas de Marx y Lenin también cercenó muchas otras que son el meollo de su pensamiento. En el centro falta algo que era fundamental para ambos revolucionarios europeos: su teoría fue compañía que respetaba y alimentaba las resistencias y rebeldías contra el capitalismo de sus tiempos y que, desde la perspectiva de las resistencias y las luchas, comprendían sus mundos, sus historias y geografías del modo más cabal y concreto posible. Su teoría alumbraba la realidad; no era floja, ni dogmática, sectaria ni claudicaba ante el capitalismo, sus sistemas, verdades, encantos y amenazas. 

Estamos hablando de eso que suele llamarse “praxis revolucionaria” o sea la articulación de teorías y prácticas que se acompañan radicalmente unas a las otras tanteando y buscando la emancipación. Mucho de esto que fue fundamental para Marx y Lenin fue vaciándose de contenido en el marxismo leninismo que la 3a Internacional nos legó. Tratemos de señalar algunas de sus propuestas teóricas que en los años 1980s aceptamos, no sin reservas, pero que hoy hacen agua. 

En lo filosófico nos legaron un “materialismo dialéctico” que resume la dialéctica en un puñados de “leyes” interesantes pero que olvidan lo esencial: el lado activo del sujeto, y con ello la práctica revolucionaria: una especie de dialéctica “automática” donde la praxis estaba subordinada a las “leyes” y no al revés. Por tanto nos acercaban notoriamente al positivismo.

En lo histórico nos dejaron un “materialismo histórico” eurocéntrico que presentaba a la historia como la marcha evolutiva y unilineal de modos de producción en una narrativa tan próxima a la evolución de las especies de Darwin. Una visión tan eurocéntrica que hizo resbalar a Marx apoyando el colonialismo inglés en la India y la invasión de Estados Unidos a México. Y que hizo a Lenin suponer que las guerras de independencia en los países del Sur Global había acabado con el colonialismo. Ciertamente, Marx y Lenin aprendieron de la historia y modificaron atinadamente sus percepciones acerca del colonialismo. No así el PCM que a fuerzas quería encontrar el feudalismo en México y buscar en las oficinas del PRI los sectores de una supuesta “burguesía nacional” progresista, aliada potencial de la revolución en México. 

En lo antropológico, la Comintern nos dejó una mirada profundamente economicista que minimizaba los campos “superestructurales” de la acción humana. Una visión que buscaba en la “estructura” económica una explicación “a última instancia” de todas las contradicciones sociales. Una perspectiva que “a última instancia” colocaba a las fuerzas productivas como el motor de la historia humana.   

En lo sociológico, el marxismo leninismo nos entregó una doctrina teleológica extremadamente esperanzadora. Nos enseñó que el capitalismo en su marcha destructiva progresaba inevitablemente hacia su reemplazo por el socialismo. Desgarrando tejidos sociales y destruyendo comunidades construiría un ejército de proletarios listos para dar un puntapié y derrocar al capitalismo. Se nos dijo que el socialismo llegaría así como fruto inevitable de las contradicciones capitalistas del mismo modo que la manzana debía caer en la cabeza de Newton como fruto inevitable de la gravedad. (Nota 2)

Nota 2. Notamos que la teleología marxista leninista semeja ciertos episodios en las historia de las religiones. Cuando los cultos a las deidades griegas estaba en declive en el Imperio Romano, había por el Siglo 3 un par de religiones emergentes que competían por reemplazarlas. Ambas eran en verdad muy similares: el cristianismo procedente de Palestina y el Zoroastrianismo originado en Irán. Ambas proclamaban un dualismo cósmico entre el bien y el mal y llamaban a la humanidad a sumarse al lado del bien. Varios historiadores señalan que el cristianismo pudo vencer gracias a su marcado optimismo: al final, Dios y el bien han de triunfar sobre las fuerzas del mal. Para el Zoroastrianismo, en cambio, el final de esta batalla cósmica no estaba predeterminado sino que dependía de que los humanos apoyaran a uno u otro de los bandos. 

De igual modo, en la confrontación entre anarquistas y marxistas en la 1a Internacional y posteriormente, los marxistas fueron capaces de desprestigiar y arrinconar a los anarquistas, sobre todo después del triunfo bolchevique en Rusia. Es muy probable que el optimismo teleológico del marxismo haya jugado un papel en esta discusión. Qué mejor para un activista expuesto a tantas adversidades, guerras, sufrimientos y explotaciones que el tener la certeza de que las cosas van por buen camino y que al final triunfará. Que si sube Hitler o Trump al poder, por ejemplo, no es del todo malo pues “agudiza las contradicciones” y acerca el fin del capitalismo. Los anarquismos, por su parte, al subrayar la importancia de la acción humana carecen de este elemento teleológico esperanzador.    

Y finalmente en lo político la Tercera Internacional nos legó un plan de acción prefigurado al margen de historias y geografías particulares. La tarea es la conformación de un partido proletario marxista leninista que gracias a las leyes de la historia y de la dialéctica tenderá a volverse hegemónico, podrá encabezar una revolución política a la que deberá seguir la toma del poder del Estado (siempre discutiendo si ocupando o destruyendo el Estado existente) para desde allí iniciar una dictadura proletaria que abra las puertas del paraíso y conduzca a las clases populares al socialismo, siempre bajo la dirección de este partido marxista leninista. ¿Por qué lo hará? Simplemente porque si sigue estos pasos tendrá la ciencia y la historia de su lado, la “línea correcta” y el futuro resuelto. Nomás falta construir el partido.            

La historia de este marxismo leninismo ha sido muy compleja, pero hasta cierto punto muy simple. Hegemonizó ciertamente a la izquierda durante medio siglo, periodo en que muchas de sus predicciones parecían cumplirse. Tuvo varios tiempos de gloria; por ejemplo en 1917 con el triunfo en Rusia, en 1944 con la derrota del nazismo, en 1945 con el triunfo en China, en 1960 con el triunfo en Cuba, en 1968 con el triunfo en Vietnam. Y tuvo amplias regiones de influencia que se extendieron por el planeta, acompañando muchas rebeliones, sobre todo en el Sur Global. Asustó al capitalismo sin duda y le impuso las políticas llamadas “estado de bienestar”. Obligó al sistema a “portarse bien” y enarbolar las banderas de democracia y diplomacia tratando de refrenar los excesos fascistas que le son propios. En las escuelas de ciencias sociales en México, por ejemplo en las facultades de la UNAM y en sus CCHs el marxismo era hegemónico. En suma, los frutos que cosechó en marxismo leninismo no fueron pocos. Mi generación se vio arrastrada por su torrente de lucha. 

Y sin embargo, su historia es la de un desgaste paulatino aunque no lineal hasta el punto de colapso. Su demonio es que al tomar el poder en la URSS y otros países, dejó de ser revolución para tornarse en ideología de estado. Un poco parecido a la forma como el PRI cooptó la “ideología de la revolución mexicana”. La contradicción profunda del marxismo leninismo es que fue al mismo tiempo una teoría de lucha y una doctrina de estado. Por un lado quería el socialismo; por el otro justificaba sistemas y estados dominantes que no parecían caminar a la emancipación sino a la creación de formas de dominación que olían mucho a una especie de capitalismo más o menos capitaneado por funcionarios de estado más que por burgueses propietarios de empresas y corporaciones. 

La historia de su desgaste es larga. Primero fueron los anarquistas que denunciaron al estado bolchevique desde 1918. Luego vinieron los marxistas libertarios, Rosa Luxemburgo, los “izquierdistas” así como los trotskistas y la oposición dentro del partido bolchevique. La Segunda Guerra creó una especie de paréntesis con la alianza de los “aliados” contra las “potencias del eje”. El prestigio de la URSS en 1944 era impresionante; su heroísmo ante los nazis ganó millones de corazones progresistas en todo el mundo. El triunfo de los comunistas en China multiplicó las glorias. Pero el desgaste del socialismo no se detuvo a pesar de las emotivas victorias en Vietnam y Cuba. Vino la invasión rusa de Hungría: los tanques ocupando un “país hermano”. Siguió el cisma con la ruptura entre los partidos comunistas de China y Rusia provocando una división y confusión tremenda en el movimiento comunista en el mundo. Siguió la invasión de Checoeslovaquia contemporánea a las revueltas de los años 1960s donde los partidos comunistas en general jugaron un papel patético, incluyendo el PCM. Cuando más urgía aire fresco al pensamiento inspirado por Marx y Lenin y más se requería asomarse a ver qué producía el pensamiento “burgués” más se cerraba el marxismo leninismo desdeñando toda aportación exterior como ideología capitalista. Los dramáticos llamados de Sartre, por ejemplo, a considerar al existencialismo, al sicoanálisis y a la antropología fueron respondidos expulsándolo “del movimiento”. 

Aún así, much@s rebeldes de mi generación –la que siguió a la del 1968- seguimos ligados al marxismo leninismo, aunque la crisis se profundizaba. El activismo estaba dividido en varias versiones emocionalmente antagónicas: trotskistas, maoístas, guevaristas, eurocomunistas, pro rusos, etc. Yo milité un par de años en el llamado Frente Popular Revolucionario. Recuerdo a sus dirigentes gritando en las marchas “Ho Ho Ho Chi Minh a los troskos les dio fin. Piolet, piolet.” Cada grupo, por minúsculo que fuese, creía tener la línea correcta. La “lucha por la hegemonía” que se pretendía era la hegemonía del proletariado era despiadada, sectaria y desgastante. Aun así en los círculos izquierdistas de  las universidades empezaban a penetrar con mayor fuerza ciertos autores “proscritos” como Mattick, Georg Lukacs, los autonomistas italianos y Sartre, hasta Rosa Luxemburgo, Simone de Beauvoir y Rossana Rossanda. La revista “El Viejo Topo” empezó a circular por todos lados. Incluso en los CCHs empezamos a cuestionar abiertamente los manuales de la Academia de Ciencias de la URSS y el famoso texto de Martha Harnecker, tan influencial en su momento. El viejo Rius sin embargo siguió siendo querido con sus Supermachos y Agachados. 

Por unos años, el Partido Comunista Chino parecía alumbrar algo nuevo pero luego Nixon llegó a Beijín, la llamada revolución cultural china mostró sus excesos, por decir lo menos, y una forma de sociedad muy parecida al capitalismo fue entronada con el sucesor de Mao: Teng Hsiao Ping. El Partido comunista de Albania rompió con el Chino con la acusación típica del sectarismo: traición. Imposible seguir con esa línea: Dicen que Trotsky traicionó a Lenin, que Stalin traicionó a los bolcheviques, que Khrushchev traicionó a Stalin, que los post maoístas traicionaron a Mao, etc. De todo esto quizás quien se mantuvo con más dignidad fue el siempre querido Che. Pero era hora de dar un paso atrás: había que revisar las premisas de nuestra praxis. “¿Qué falló?” pregunta Rubén Blades. “Yo no creo que haya sido en vano, pero pudo ser mucho mejor”, opinaba Silvio antes de volverse al cristianismo y al reformismo, como él mismo advirtió que le iba a suceder.               

Pero como sabemos, la estocada más brutal, el golpe más decisivo no fue un gancho desde la izquierda sino un descontón brutal por la derecha. El capitalismo no sólo derrotó a su rival soviético; lo desmoronó. La URSS colapsó. Ya sin el rival molesto y con el auxilio de las novedosas computadoras, los capitalistas se globalizaron e impusieron el neoliberalismo; desbarataron sindicatos y partidos obreros e impusieron sus ideologías brutalmente. Anunciaron el fin de la historia, es decir, que más allá de reformas al capitalismo, este sistema se mostraba como un horizonte insuperable. El marxismo leninismo se hundió. ¿Cuántos amigos recuerdo que vendieron como papel viejo las cincuenta y tantos volúmenes de las obras completas de Lenin? Hubo aún fieles devotos que siguieron adorando el pensamiento en crisis aferrándose a la idea de que era un tropezón temporal, que el proletariado regresaría por sus mieles cual Cristo redentor, haciendo llamados cada vez menos escuchados a no dejarse envolver por la “ideología burguesa” y los pequeño burgueses que engañaban al movimiento. 

¿Qué hacemos con el marxismo leninismo? Bueno, en primer lugar hay que recordar a la rebelión en Chiapas. Nunca podremos agradecer lo suficiente a los y las zapatistas que levantaron del suelo la bandera de la esperanza. Su irrupción como corriente en la izquierda penetró en todos lados y se ha abierto camino desde entonces como un nuevo paradigma. Más como una intuición que como una nueva doctrina, insistía el SupMarcos. A partir de esa intuición, que siento como la llave de entrada a un nuevo paradigma que se va a abriendo camino, podemos tratar de recuperar a Marx y a Lenin, rescatándolos del marxismo leninismo.   

Pero es imposible entrarle a este cambio de paradigma sin revisar un poco el contexto desde el cual la intuición zapatista se ha abierto camino. Hay que revisar la historia del marxismo leninismo desde la perspectiva latinoamericana.