AMLO: ¿Nuevo mandón?
Ya que ganó AMLO, ¿qué se espera? Más de 30 años de neoliberalismo, los últimos años de crisis económicas, corrupción abierta y movimientos sociales crecientes presionan al Estado mexicano y a su sistema capitalista. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no viene a destruir tal sistema sino a reformarlo. Viene a pacificar la ira popular y a mejor administrar el neoliberalismo con un toque “populista.”
Aquí por populista entendemos lo que antes llamaban “keynesianismo” o “estado de bienestar.” Esto significa una redistribución de parte de los recursos públicos y una reorientación de parte de las políticas de gobierno para enfilarlas a tratar de aliviar las calamidades que devoran al pueblo mexicano: bajos salarios, pobreza, desigualdad, despojo, desmantelamiento de los servicios públicos y niveles de corrupción y violencia sin precedentes; todo esto sin tocar los fundamentos del sistema capitalista neoliberal que producen tales calamidades. En otras palabras, AMLO vendrá a administrar los negocios de las empresas capitalistas tratando de limpiar el hedor a muerte, sangre, cinismo y corrupción que hoy despide el estado mexicano. ¿Cómo podrá hacerlo? A cambio de estos servicios, el nuevo gobierno demandará una tajada más grande del pastel capitalista y más recursos, en primer lugar, para proporcionar cierto sentido de alivio a la empobrecida y desmoralizada clase media, y en segundo lugar, para ensayar una redistribución de la riqueza menos elitista que la seguida por los últimos gobiernos del PRI y del PAN.
Con un triunfo en las urnas logrado gracias a la movilización electoral popular, la trayectoria del nuevo gobierno está aún en el aire; la fuerza, contundencia y autonomía de los movimientos sociales que hoy definen buena parte de la política en México determinarán el futuro de AMLO. Es evidente que las perspectivas de una explosión popular desvelan a la élite que gobierna el país. A sí lo indica la llamada “ley de seguridad interior” impulsada apenas por el gobierno de Peña Nieto (Alto a la represión Chicanao Dispatches) Es evidente que los líderes políticos y empresariales en México tratarán de utilizar al gobierno de AMLO para “desinflar” la ira popular. El desenlace es incierto; la inclinación del nuevo gobierno más a la izquierda o a la derecha, más neoliberal o más populista, está por definirse. AMLO dice seguir la tradición de Francisco Madero, el presidente que derrotó al dictador Porfirio Díaz en 1911. Pero, como Madero, ¿tratará de “complacer a todos”, es decir, de mediatizar los conflictos que abruman al país? Y, como Madero, AMLO controla el gobierno y parte del congreso pero no necesariamente el complejo aparato de estado con sus policías, ejércitos, sistemas judiciales e inmensas burocracias. Entonces, la lucha de clases que derrumbó estrepitosamente al gobierno de Madero, también estará presente presionando por todos lados y en todas direcciones al gobierno de AMLO.
La moneda pues, está en el aire. Lo que sabemos es que el nuevo gobierno no se propone destruir el capitalismo neoliberal pero sí cambiar el estilo de gobernar. Quiere erradicar la corrupción, pero ¿lo puede hacer sin cambiar al capitalismo neoliberal que dirige a México? (Javier Hernández, Zapateando) AMLO ganó porque el régimen socio político de México está en crisis y se requieren nuevas fuerzas y nuevas figuras que lo apuntalen. Pero los desafíos son enormes pues 35 años de neoliberalismo han sido un desastre y, como dice el dicho, México está muy lejos de dios y muy cerca de Estados Unidos. Primero, después de saquear al país, destruir la agricultura nacional y devaluar el valor del salario con el Tratado de Libre Comercio (TLCAN), ahora Estados Unidos pone en jaque a la economía nacional cuestionando ese tratado. Segundo, está el Plan Mérida que fue impuesto por el gobierno de Estados Unidos para controlar militarmente América del Norte y Centroamérica, reorganizar el negocio del narco, y para tratar de destruir el tejido social y los movimientos sociales que en 2006 golpearon con tanta fuerza al régimen, como por ejemplo la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (ver APPO). Los efectos del Plan Mérida están a la vista: una violencia y un río de sangre no visto en México desde la Revolución Mexicana de 1910-1940. Y no es creíble que el gobierno de Estados Unidos, el Ejército y la Marina de México (y los narcos de ambos países) vayan a aceptar sin resistencia un cambio a esta lucrativa política de muerte. (Ver por ejemplo Where the Guns Go: U.S. Arms and the Crisis of Violence in Mexico - Dónde van las armas—Las armas de EUA y la crisis de violencia en México.) La mezcla del TLCAN y el Plan Mérida han engendrado, en especial, un tipo de violencia brutal contra las mujeres que alimenta los feminicidios. En tercer lugar están las llamadas “reformas estructurales” impuestas también por Estados Unidos en complicidad con el gobierno de Peña Nieto y los principales partidos políticos de México: PRI, PAN y PRD. Estas reformas debilitaron aún más el ya empobrecido salario, saquearon el petróleo, que era la principal fuente de ingresos del estado mexicano, y dieron lugar a los llamados “gasolinazos,” esos incrementos graduales al precio de la gasolina que tanto ofendieron al pueblo mexicano. Las “reformas” malbarataron el territorio nacional y han permitido el despojo de tierras y aguas de los pueblos indígenas para el florecimiento de los llamados “megaproyectos” de todo tipo, en especial de las minas a cielo abierto y las perforaciones profundas tipo fracking. Igualmente, esas reformas que tanto han indignado a la opinión pública en México asfixiaron el sistema de salud hasta convertirlo en un parapeto más publicitario que un servicio público. La llamada “Reforma Educativa” además empezó un proceso que pretendía ser una súbita y brutal privatización del sistema de educación y de anulación de los derechos laborales del magisterio. El avance de esta “reforma” ha sido frenada en parte por la heroica lucha del magisterio, de la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación) en primer lugar.
¿Cómo actuará el gobierno de AMLO ante tales desafíos? ¿Cómo ante poderes reales como el Larry Fink, presidente ejecutivo de BlackRock? Conviene recordar que esta corporación financiera cuenta con “activos bajo administración por más de 6.2 billones de dólares en 2017 –casi cinco veces el PIB de México. BlackRock es el fondo más poderoso de la Bolsa Mexicana de Valores, con 131 mil 412 millones de pesos invertidos, y tiene posiciones en todas las empresas que conforman el principal índice de la BMV, siendo Alfa, Arca Continental, América Móvil, Cemex, Comercial Mexicana y Femsa en las que su tenencia es mayor; además, tiene acciones en otras 66 empresas. Si BlackRock fuese un país, sería la tercera economía del planeta tras Estados Unidos y China.” Carlos Fazio, AMLO y el poder real. ¿Vienen meses de redefinición o reafirmación?
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Ya que ganó AMLO, ¿qué se espera? Más de 30 años de neoliberalismo, los últimos años de crisis económicas, corrupción abierta y movimientos sociales crecientes presionan al Estado mexicano y a su sistema capitalista. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no viene a destruir tal sistema sino a reformarlo. Viene a pacificar la ira popular y a mejor administrar el neoliberalismo con un toque “populista.”
Aquí por populista entendemos lo que antes llamaban “keynesianismo” o “estado de bienestar.” Esto significa una redistribución de parte de los recursos públicos y una reorientación de parte de las políticas de gobierno para enfilarlas a tratar de aliviar las calamidades que devoran al pueblo mexicano: bajos salarios, pobreza, desigualdad, despojo, desmantelamiento de los servicios públicos y niveles de corrupción y violencia sin precedentes; todo esto sin tocar los fundamentos del sistema capitalista neoliberal que producen tales calamidades. En otras palabras, AMLO vendrá a administrar los negocios de las empresas capitalistas tratando de limpiar el hedor a muerte, sangre, cinismo y corrupción que hoy despide el estado mexicano. ¿Cómo podrá hacerlo? A cambio de estos servicios, el nuevo gobierno demandará una tajada más grande del pastel capitalista y más recursos, en primer lugar, para proporcionar cierto sentido de alivio a la empobrecida y desmoralizada clase media, y en segundo lugar, para ensayar una redistribución de la riqueza menos elitista que la seguida por los últimos gobiernos del PRI y del PAN.
Con un triunfo en las urnas logrado gracias a la movilización electoral popular, la trayectoria del nuevo gobierno está aún en el aire; la fuerza, contundencia y autonomía de los movimientos sociales que hoy definen buena parte de la política en México determinarán el futuro de AMLO. Es evidente que las perspectivas de una explosión popular desvelan a la élite que gobierna el país. A sí lo indica la llamada “ley de seguridad interior” impulsada apenas por el gobierno de Peña Nieto (Alto a la represión Chicanao Dispatches) Es evidente que los líderes políticos y empresariales en México tratarán de utilizar al gobierno de AMLO para “desinflar” la ira popular. El desenlace es incierto; la inclinación del nuevo gobierno más a la izquierda o a la derecha, más neoliberal o más populista, está por definirse. AMLO dice seguir la tradición de Francisco Madero, el presidente que derrotó al dictador Porfirio Díaz en 1911. Pero, como Madero, ¿tratará de “complacer a todos”, es decir, de mediatizar los conflictos que abruman al país? Y, como Madero, AMLO controla el gobierno y parte del congreso pero no necesariamente el complejo aparato de estado con sus policías, ejércitos, sistemas judiciales e inmensas burocracias. Entonces, la lucha de clases que derrumbó estrepitosamente al gobierno de Madero, también estará presente presionando por todos lados y en todas direcciones al gobierno de AMLO.
La moneda pues, está en el aire. Lo que sabemos es que el nuevo gobierno no se propone destruir el capitalismo neoliberal pero sí cambiar el estilo de gobernar. Quiere erradicar la corrupción, pero ¿lo puede hacer sin cambiar al capitalismo neoliberal que dirige a México? (Javier Hernández, Zapateando) AMLO ganó porque el régimen socio político de México está en crisis y se requieren nuevas fuerzas y nuevas figuras que lo apuntalen. Pero los desafíos son enormes pues 35 años de neoliberalismo han sido un desastre y, como dice el dicho, México está muy lejos de dios y muy cerca de Estados Unidos. Primero, después de saquear al país, destruir la agricultura nacional y devaluar el valor del salario con el Tratado de Libre Comercio (TLCAN), ahora Estados Unidos pone en jaque a la economía nacional cuestionando ese tratado. Segundo, está el Plan Mérida que fue impuesto por el gobierno de Estados Unidos para controlar militarmente América del Norte y Centroamérica, reorganizar el negocio del narco, y para tratar de destruir el tejido social y los movimientos sociales que en 2006 golpearon con tanta fuerza al régimen, como por ejemplo la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (ver APPO). Los efectos del Plan Mérida están a la vista: una violencia y un río de sangre no visto en México desde la Revolución Mexicana de 1910-1940. Y no es creíble que el gobierno de Estados Unidos, el Ejército y la Marina de México (y los narcos de ambos países) vayan a aceptar sin resistencia un cambio a esta lucrativa política de muerte. (Ver por ejemplo Where the Guns Go: U.S. Arms and the Crisis of Violence in Mexico - Dónde van las armas—Las armas de EUA y la crisis de violencia en México.) La mezcla del TLCAN y el Plan Mérida han engendrado, en especial, un tipo de violencia brutal contra las mujeres que alimenta los feminicidios. En tercer lugar están las llamadas “reformas estructurales” impuestas también por Estados Unidos en complicidad con el gobierno de Peña Nieto y los principales partidos políticos de México: PRI, PAN y PRD. Estas reformas debilitaron aún más el ya empobrecido salario, saquearon el petróleo, que era la principal fuente de ingresos del estado mexicano, y dieron lugar a los llamados “gasolinazos,” esos incrementos graduales al precio de la gasolina que tanto ofendieron al pueblo mexicano. Las “reformas” malbarataron el territorio nacional y han permitido el despojo de tierras y aguas de los pueblos indígenas para el florecimiento de los llamados “megaproyectos” de todo tipo, en especial de las minas a cielo abierto y las perforaciones profundas tipo fracking. Igualmente, esas reformas que tanto han indignado a la opinión pública en México asfixiaron el sistema de salud hasta convertirlo en un parapeto más publicitario que un servicio público. La llamada “Reforma Educativa” además empezó un proceso que pretendía ser una súbita y brutal privatización del sistema de educación y de anulación de los derechos laborales del magisterio. El avance de esta “reforma” ha sido frenada en parte por la heroica lucha del magisterio, de la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación) en primer lugar.
¿Cómo actuará el gobierno de AMLO ante tales desafíos? ¿Cómo ante poderes reales como el Larry Fink, presidente ejecutivo de BlackRock? Conviene recordar que esta corporación financiera cuenta con “activos bajo administración por más de 6.2 billones de dólares en 2017 –casi cinco veces el PIB de México. BlackRock es el fondo más poderoso de la Bolsa Mexicana de Valores, con 131 mil 412 millones de pesos invertidos, y tiene posiciones en todas las empresas que conforman el principal índice de la BMV, siendo Alfa, Arca Continental, América Móvil, Cemex, Comercial Mexicana y Femsa en las que su tenencia es mayor; además, tiene acciones en otras 66 empresas. Si BlackRock fuese un país, sería la tercera economía del planeta tras Estados Unidos y China.” Carlos Fazio, AMLO y el poder real. ¿Vienen meses de redefinición o reafirmación?
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