La bestia y la solidaridad: Relatos de migrantes y activistas II

Ciudad de México, Julio de 2014

Entrega 2: La Polla y el Wilson

Conocí a La Polla y al Wilson comiendo pambazos y quesadillas y clasificando ropa donada para llevar a los migrantes. Mientras separo las prendas útiles, pienso cuán diferente es el trabajo de un activista al de un académico: aquel no sólo tiene que investigar, escribir y teorizar sino además tiene que organizar grupos, enfrentar funcionarios, alentar gente y separar ropa seca de la mojada para llevarla a los migrantes en las vías del tren a las afueras del basurero de Zumpango, Estado de México.


Andrea clasificando ropa en la casa de La Polla. Chamarras, guantes, hules para protegerse de la lluvia o un par de calcetines pueden hacer la diferencia entre fracasar o tener éxito en la migración a Estados Unidos.

 La Polla es un compa de treinta y tantos nativo de Santiago Tequixquiac, muy popular en el pueblo, abiertamente gay, que de noche trabaja organizando fiestas, bodas y quince años, y de día se la pasa transportando ropa, comida, agua, medicinas y hasta juguetes para los migrantes centroamericanos que pasan por el lugar. Es un Juan Gabriel joven y metido al activismo. Trato de entender cómo decidió hacer suya la solidaridad con los migrantes. Aun no lo sé pero es claro que proviene de un corazón grande, comprensivo y colectivo.

La Polla no sólo dona su tiempo, sus bienes y energía, sino también se juega el pellejo cada vez que va a las vías. La solidaridad es el peor enemigo de maras y demás delincuentes; entre más vulnerables los migrantes, más las ganancias de extorsionarlos. Las activistas entrometidas protegiendo al migrante estorban las empresas que lucran con los centroamericanos que escapan de la pobreza y de la violencia propiciada por estas mismas empresas.


Un grupo de migrantes se alimentan de los frijoles, queso y tortillas que traen La Polla y El Wilson. Algunos bromean que los de Honduras no aguantan el chile que comemos los mexicanos. Sentado en la van está El Wilson que con a La Polla, de camiseta roja, sirven los tacos.

La Polla ayuda al emigrante como un proyecto personal pero no está sólo. Bueno, parece que lo hace solo, pero “detrás” tiene una red que incluye a su mamá y a El Wilson. Su mamá es una mujer sonriente que habita una casa llena de plantas y flores y que al parecer apoya abiertamente a su hijo, por ejemplo preparando la olla de los frijoles que se llevarán a la vía del tren. El Wilson es un migrante hondureño que se ahora es novio de La Polla. Andrea y el Colectivo Nosotros Somos Ustedes también lo apoyan.

Pero hay algo más. Me sorprende ver cómo este activista que apoya abiertamente a los migrantes pareciera contar con el apoyo del pueblo. El compa es ciertamente popular; saluda a cuantos encontramos en el camino, incluyendo tenderos y policías, y obviamente su trabajo de solidaridad es respetado hasta por el gobierno municipal priista. A La Polla no se le cierran las puertas del palacio de gobierno, del cual demanda abiertamente apoyo para su trabajo de solidaridad. Ser gay no parece obstáculo y hasta pareciera ayudarle.

Me pregunto, pues, ¿en qué lugar de México estoy donde la gente apoya al activista gay que ayuda a los migrantes? ¿Qué pueblo es éste en que proscritos e ilegales son vistos como iguales? ¿Qué historia tiene esta tierra? Santiago Tequixquiac es un tranquilo pueblo de 10 mil habitantes localizado a 15 minutos de Zumpango y a 90 minutos de Indios Verdes, Distrito Federal. ”Aquí a las 9 pm todos se van a dormir,” se burla La Polla. Pero no tengo que ir muy lejos. Nomás abriendo Wikipedia se revela un pasado sorpresivo:

“Tequixquiac es conocido en el estado como el Municipio rebelde debido a que no es posible someter a la gente a ningún tipo de régimen económico, político y religioso desde tiempos históricos; sin embargo, tampoco los tequixquenses actúan de forma violenta, eso se debe a que el nivel educativo es alto a pesar de los niveles de pobreza y desempleo que sufre la población. Bajo el triunfo de los movimientos agraristas contra especuladores inmobiliarios y los estudios técnicos y científicos por diversas universidades nacionales, el municipio de Tequixquiac fue declarado en 2013 como municipio ecológico para uso exclusivo de suelo agrícola y forestal, negando así todo tipo de unidades habitacionales y proyecciones industriales de alto impacto que perjudiquen las mantos acuíferos de esta región de suma importancia para recarga de aguas de sub-suelo.”

¿Estoy en lo cierto? Pareciera que siglos de resistencia y rebeldía acompañan el frágil vehículo de la solidaridad de La Polla. Ciertamente no está solo. ¿Cómo explicar de otro modo la manera como entramos al palacio de gobierno y nos dirigimos directamente con el presidente municipal? Después de insistir unos minutos con su secretaría, el funcionario no tiene más remedio que recibirnos. Un breve diálogo entre presidente y activista hace evidente que a pesar de estar enfrentados en mil cosas, ambos hablan un lenguaje de solidaridad en relación con los migrantes.



La flecha roja marca el municipio de Tequixquiac en el Estado de México. Es más fácil llegar por la autopista a San Juan del Rio y Querétaro, pero las lluvias arruinaron el camino. La mejor opción alternativa es la carretera a Zumpango y Pachuca.

No soy ingenuo. El presidente municipal es un burócrata priista incorregible que no concederá nada sin presión. La Polla anima a Andrea a entrar en acción. La académica habla al presidente municipal usando un irrefutable lenguaje, mitad académico y mitad político, mitad conciliador y mitad amenazador. Somos activistas, pero además “defensores de derechos humanos” que demandan al municipio que destine una patrulla que acompañe a La Polla cada vez que vaya a las vías del tren. Las bandas acosan a migrantes y activistas y puede haber violencia si no hay protección. El presidente acepta. El funcionario encargado de las patrullas se disculpa: hay pocas patrullas y no sabía que una de ellas ya no iba con La Polla. Por ahora, una patrulla nos seguirá a las vías; por cierto, los patrulleros conocen a La Polla (como parece que todos aquí) y lo tratan, me parece, con familiaridad y respeto.

Cierto, La Polla está en peligro, pero no puedo dejar de comparar las personas y autoridades de este pueblo con las de un pueblo cercano y bien conocido por su infamia. Como se sabe, autoridades y vecinos del pueblo Lechería organizaron incluso “protestas” contra el albergue para migrantes que el párroco del lugar había abierto. Mientras que Lechería parece hermanarse con los Minutemen que en Estados Unidos vociferan contra los migrantes mexicanos, Tequixquiac apoya, o al menos acepta a los migrantes.

Viva pues Tequixquiac, pueblo rebelde y solidario, pero cercado por la globalización. Lo precario de su resistencia se hace evidente en una tienda de abarrotes; es la típica tienda de pueblo, que vende desde forraje para animales y velas para alumbrar la noche hasta Sabritas y Coca Cola. Los frijoles en bulto llaman mi atención. Se venden en bolsa sin “logo,” empacada artesanalmente “a mano”. Mi imaginación se deleita suponiendo que se trata de frijoles súper frescos cosechados localmente. Pero la señora que atiende la tienda destruye mi fantasía: amablemente me dice que son frijoles que “vienen de Estados Unidos.” ¡Ay! Aunque es un pueblo obviamente “pre-globalizado,” sin McDonalds ni Walmarts, su economía profunda está siendo socavada y encadenada a las corporaciones mundiales de alimentos.



Sonriente, La Polla ofrece una toalla. Entre el peligro y la incertidumbre, una relación casi intima se teje entre migrantes y activistas. En una ocasión, recuerda Andrea, el grupo de unos hondureños garífonas (pueblo hondureño indígena y afroamericano de la costa atlántica) traían sus tambores. “Se armó la música y el baile.” Por momentos, la tragedia se torna en risas y fiesta, en canto a la fraternidad, la hospitalidad, y lo mejor de la especie humana. (Foto del Facebook de La Polla.)




La Polla y El Wilson con un grupo que se prepara para seguir la marcha al norte.  (Foto del Facebook de La Polla.)




Andrea curando el pie de este joven hondureño al que le robaron los zapatos. De emergencia consiguió unos huaraches que se ven abajo a la derecha. Pero no lo protegen suficiente y el atroz viaje destruye sus pies. Traté de dejarle mis tenis, pero le quedaban grandes y, al subir a la Bestia, mejor huaraches que zapatos que puedan atorarse y hacerte caer.  Aquí los activistas la hacen de todo: doctor, consejero, guía político y a veces hasta de mamá.



Para llegar a las vías se sigue un camino de terracería por 20 minutos. Aquí lo importante es el ”cambio de vía” donde los migrantes esperan la Bestia porque ésta tiene que detenerse para pasarse a una vía secundaria y dejar paso al tren que va al sur. Nótense en la foto que hay dos vías, la principal y la secundaria. Nótese también que la zona está despoblada. El sitio es tierra de nadie localizado frente al basurero municipal. El lugar es ideal para asaltar a los migrantes. Los pocos arbustos y árboles del área semiárida ofrecen una sombra para descansar y dormir antes de proseguir el camino.




Preparando un té estilo migrante. El agua protege la botella de plástico hasta cierto punto, lo suficiente para calentar el agua y sacar la botella antes de que estalle por el fuego. La misma botella servirá de taza para tomarse el té.



Aproximadamente a las 5 pm la Bestia se empieza a mover y el grupo de centroamericanos se van con el tren. Adelante, en San Luis Potosí, otros activistas esperarán al migrante en esta cadena de apoyo que se extiende hasta la frontera. Al día siguiente, La Polla regresará para ayudar a nuevo viajeros.